¿Cuántas veces surge algo que amenaza nuestros
entrenamientos?
Aquí, obviamente, no hacemos referencia a una lesión. Sí a que tenemos
un calendario de meses con nuestras salidas planificadas, y en cada ocasión hay
un elemento que pone en peligro que salgamos por la puerta. Pueden ser los
gatos formando una bola de maullidos, o una lluvia de verano que amenaza con calarnos
hasta los huesos. Esas situaciones, incluso si nuestras zapatillas se prenden
fuego con una cerilla, son situaciones externas y fácilmente superables.
Un problema mayor es el de la motivación.
Tarde o temprano, ya seas maratoniano o seas un aficionado a
la clase de spinning en el gimnasio, siempre aparece la duda respecto a la
motivación. ¿Y si hoy me quedo en el sofá? Una muy frecuente es que hace malo,
y otra que siempre está en el podio es el estrés al salir del trabajo. Quizás,
la principal sea que estamos muy ocupados en salir a correr, estirar,
ducharnos. Se hará muy tarde. No tenemos tiempo.
Pero, ¿cuántas veces nos arrepentimos de la práctica de
cualquier deporte una vez estamos inmersos en ella? Es curioso, y esa es la
base de la motivación, pero al regresar de correr, solemos tener la idea de que
ha sido la mejor parte del día.
La mejor parte del día. Esa es la respuesta automática que
debemos decirnos cuando nos asalte la duda.